La rabia, ¿para qué sirve?

¿Por qué es tan complicada la rabia? Quizá sea la emoción peor aceptada socialmente, la más molesta para los y las que reciben sus consecuencias. Es censurada desde la infancia, nunca se legitima el comportamiento derivado de la rabia y la ira. 

Sin embargo, la rabia tiene una función clara como el resto de las emociones. Hasta ahora hemos visto para qué sirven la tristeza y el miedo.

La rabia nos activa ante las injusticias. Cuando creemos que algo es injusto y nos sentimos impotentes reaccionamos con rabia. La activación fisiológica que conlleva nos da fuerza e impulso. Nuestra capacidad de reacción incrementa. Así podemos responder ante cualquier amenaza.

Sin embargo nos asustamos ante esa activación. De alguna manera, el poder que da, puede asustar a la persona que la recibe.

¿Necesitamos la rabia, aunque no nos guste?  Sí. No podemos ni debemos reprimir lo que sentimos. Podemos reprimir la conducta impulsiva, pero no la emoción.

La rabia nos da información de lo que nos pasa y aceptarla y descargarla haciendo deporte, por ejemplo, o cualquier tipo de actividad física será beneficioso para el organismo y nuestro bienestar. Podemos canalizarla.

No hace falta explotar y arrasar con todo. Podemos identificarla e intentar no aumentarla con pensamientos que la potencien. La mente tiene un rol importante en el incremento de la rabia y la ira. Cuanto más pensamos en la acción o hecho que nos ha provocado rabia, más incrementan las sensaciones fisiológicas de activación como el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y la subida de la adrenalina. Todo ello nos activa para actuar de manera agresiva.

Podemos frenar dicha activación, si realmente queremos adaptar la respuesta a la situación y contexto social en el que nos encontramos. Podemos detectar las primeras sensaciones físicas y centrarnos en ellas, intentando aceptarlas como una señal interna que nos avisa. Si decidimos no actuar en caliente, podemos irnos para descargar, o intentar pensar en aspectos que no incrementen nuestra ira en el caso que no podamos irnos. También podemos prevenir al/ a la interlocutor/a de nuestro estado, que no es óptimo para discutir. Podemos esperar a no estar tan encendid@s para dar una respuesta mesurada y acertada. Sin rabia, podremos dar respuesta de manera asertiva, defendiendo nuestros intereses y favoreciendo que la conversación sea constructiva.

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La ira llama a la ira. Y una pelea de gallos tiene un mal final. El hecho de ser seres racionales, nos da una ventaja respecto a los animales; si canalizamos bien las emociones, la respuesta que daremos será ajustada a las circunstancias. No dejarse llevar por la rabia es muy satisfactorio. Generalmente, desde esa emoción se habla y se actúa de manera desbordada y posteriormente aparecen el arrepentimiento y la culpa. En lugar de actuar impulsivamente y tener que pedir disculpas más tarde, más vale descargar la rabia al aire libre, en el gimnasio o como se pueda, para luego hablar las cosas de forma calmada.

Conservar la calma ante la rabia de otra persona es algo que da mucha satisfacción, y puede ayudar a la otra persona a rebajar su impulsividad. A la vez, no actuar cuando realmente no se quiere, para hacerlo en el momento preciso en el que se decide, es mucho más satisfactorio y lleva a mejores resultados.

Sin embargo, no debemos ignorar la rabia, debe poderse expresar de algún modo, ya que si no lo hacemos, se podría llegar a traducir en problemas físicos, generalmente asociados con el hígado, según la medicina tradicional china.


NOTA: Fotos de Pexels.

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