Hablar del tema, escuchar como se habla de ello, ver imágenes, leer acerca de ello, recibir preguntas sobre sexo, tener ganas… Todo ello puede provocar vergüenza, e incluso culpa. Dos emociones muy relacionadas con una educación y aprendizajes tempranos y a la vez muy relacionadas con la religión. Tienen en común Judaísmo, Cristianismo e Islam, la voluntad de reprimir la sexualidad hasta el matrimonio entre hombre y mujer (no hablemos ya de otras orientaciones, que son negadas o etiquetadas de enfermedades…). Lo primero a reprimir es la masturbación y cualquier curiosidad acerca del tema…
- Si te tocas te quedarás ciego.
- No hagas eso.
- No hablemos de eso ahora.
- Eso son cosas de mayores.
- …
Esos mensajes conllevan aprendizajes erróneos y negativos para la persona. El reprimir o el obviar el tema son dos estrategias en la educación que fomentan que el niño o la niña sientan vergüenza o culpa hacia el tema. Se valora como negativo tener sensaciones físicas y deseo cuando no se puede hablar de ello. Y son sensaciones automáticas, instintivas, inevitables para la mayoría de personas. Sin embargo, entre chicos, hablar de masturbación e incluso practicarla en grupo está bien visto, en cambio entre chicas, esos temas no suelen compartirse tanto. Sabemos que los tiempos cambian, y que por un lado, para muchos/as jóvenes esos tabúes ya no lo han sido tanto. Cada vez más, la sexualidad femenina está más presente y aceptada como la masculina. Sin embargo, dependiendo del origen cultural familiar, y de la educación conservadora escogida por los padres y madres, para otros/as jóvenes sí siguen vigentes la vergüenza y la culpa.
En la pre-adolescencia, a partir de los 12 años cuando los cambios físicos llegan, llega la vergüenza en muchos casos, querer esconderse, ponerse ropa ancha, empezar a relacionarse de manera diferente entre chicos y chicas. Se ríen de las más desarrolladas, se ríen de los chicos que cambian la voz…. También están los que lucen orgullosos sus cambios, que parecen mayores… No es una época fácil.
Tuve una reminiscencia de dicha vergüenza, un día, viviendo en Marruecos, cuando una amiga de unos 25 años, que llevaba el velo e iba vestida siempre tapada con manga larga y pantalón largo, en verano e invierno, vino un día, toda avergonzada a decirme que un compañero de trabajo le miraba los pechos. Se agachaba para que no se le marcaran y se sentía avergonzada. Es cierto que en el Islam (como en el Cristianismo), la mujer no debe mostrar su cuerpo, se la trata como objeto de deseo y debe taparse para no provocar. La práctica está más vigente en los países musulmanes debido a sus gobiernos autocráticos regidos por la religión; en los países occidentales de tradición cristiana, con la llegada de la democracia y al separar la religión del Estado, las prácticas quedan relegadas a la decisión individual.
Yo le contesté que “el pecado está en los ojos del que mira”, sólo para que no sintiera vergüenza o culpa. Sin embargo, mi mensaje lo culpaba a él, como si mirar y sentir deseo fuera algo reprobable. Y es que era la mirada del otro la que hacía y hace sentir vergüenza, uno/a solo/a no suele sentirla. Y la culpa es algo más profundo, sentir que lo que se está haciendo no está bien, como si hubiera un ser supremo mirando y juzgando, o sentir que se está provocando por el simple hecho de tener pechos (aunque no se lleve un escote que los muestre). Fue una respuesta que le dí a una persona muy creyente y practicante porque creí que ya que ella creía en el pecado, podía hacerla sentir mejor, y así fue, según me dijo. Pero no es una respuesta que le daría a alguien en nuestro contexto occidental con mi mismo bagaje cultural.
Dando talleres de sexualidad para adolescentes, me di cuenta que sentían vergüenza, tanto ellos como ellas, al hablar explícitamente de prácticas sexuales, relaciones de pareja y sexualidad en general. Los y las mayores sentían menos vergüenza, quizá por tener más experiencia. A la vez mostraban interés, pero no querían ser juzgados y juzgadas, la imagen social es lo más importante en esa etapa evolutiva. Preguntando por la educación recibida, habían tenido una clase de educación sexual aislada, dónde se les había hablado de los aparatos reproductores. Tenían confusión con los diferentes métodos anticonceptivos y expresaban que la marcha atrás es un método seguro (es muy común, pero no es nada fiable y tampoco protege de las enfermedades de transmisión sexual). Así que todo se basaba en lo escuchado, en prácticas de compañeros y compañeras de colegio… Parece que con las tecnologías de la información y la comunicación eso ya no debería pasar, y deberían estar muy informados. Pero también está comprobado que demasiada información es desinformación… En sus casas, nada de nada, no habían hablado nunca de sexo, sus padres no les hablaban del tema. El origen cultural de los participantes era diverso, América (Latina), África (Norte y Subsahariana), Europa (España).
Cuando no se habla de algo, significa que no existe, que no se puede hablar, que es algo prohibido, que no está bien. La no información o desinformación hace que cada cuál se crea lo que lee, escucha, oye, le influyen los comentarios de su entorno, es muy fácil estar mal informado/ada… Entre la poca información, las creencias de los demás, la vergüenza y la culpa, la primera vez puede y suele ser muy desastrosa. Se pueden haber generado creencias y miedos respecto a las relaciones sexuales muy nocivas para una práctica sexual sana.
Hay formas de mejorar, eso se puede trabajar.
Con la práctica individual para conocerse a uno/a mismo/a, primer paso que debería ser obligatorio para todo hombre y mujer, es la forma de conocer lo que nos gusta, conocer nuestro cuerpo y aprender a darnos placer porque lo merecemos, por el simple hecho de disfrutar.
Vergüenza y culpa van desapareciendo, cuando vemos la masturbación como algo natural, que cualquier bebé y niño o niña puede hacer de manera inocente, simplemente por buscar el placer. Como cuando comemos una tarta de manzana o un helado de chocolate por el placer que nos da, tampoco deberíamos sentir vergüenza o culpa por ello.
Con la práctica, con el buscar el disfrute, con la seguridad en uno/a mismo/a, se consigue vivir el sexo como algo natural, como un derecho al placer del propio cuerpo.
El sexo en pareja es una oportunidad de aprendizaje, para identificar las creencias de cada uno/a y desmontarlas. A través de la comunicación con la pareja sexual, la complicidad y el cariño, se puede liberar de culpa y/o vergüenza, sintiendo que se comparte el derecho al goce, con las normas establecidas entre las personas implicadas, y pudiendo frenar cada vez que hay algo que no gusta o que uno/a se siente incómodo/a.
Buscar ayuda profesional puede ayudar si se cree que la cultura y la educación han hecho estragos y se considera que la tarea de desmontar las creencias y las emociones asociadas será demasiado ardua para realizarla sin apoyo. O simplemente una consulta para aclarar dudas. Las dificultades en la sexualidad pueden llegar a ser más complejas en algunos casos, dependiendo de las creencias arraigadas y la falta de libertad individual consecuente.