Hace unos días escribía acerca de la muerte. Y no me centraba en el proceso de duelo, ya que éste es mucho más amplio que el vinculado a la muerte sólo. El proceso de duelo lo hemos pasado de manera más o menos consciente todos/as y cada uno/a de nosotros/as al haber sufrido pérdidas. La muerte es una pérdida muy dolorosa y que da mucho miedo sufrirla, sin embargo, sufrimos pérdidas durante toda la vida, también dolorosas y que a su vez son difíciles de aceptar.
Hemos perdido amistades por distancia, malentendidos, enfados… Hemos perdido parejas, por no funcionar la relación, por acabarse el amor, por infidelidad o traición… Hemos perdido el contacto con personas queridas, familiares… Hemos perdido trabajos, a veces nos han despedido, otras veces, las empresas han cerrado, por motivos económicos… Podemos haber perdido nuestra casa, o poder adquisitivo… Podemos haber perdido la salud, desarrollando una enfermedad que nos impide hacer vida normal, o bien haber perdido la capacidad de caminar por un accidente… Hemos podido perder un sinfín de personas o aspectos de nuestra vida o capacidades valoradas incluso posesiones, y eso conlleva sufrimiento siempre.
Las pérdidas son dolorosas, y es inevitable el proceso de duelo. Sin embargo, la diferencia entre una pérdida abrupta y una pérdida progresiva, conlleva cambios en dicho proceso.
No es lo mismo perder el trabajo de un día para otro, que conocer el riesgo de que éso suceda con meses de antelación. De la misma manera no se puede comparar una muerte por accidente, de golpe, con una enfermedad de larga duración que permite acompañar a la persona en sus últimos tiempos y despedirse de ella. A su vez, los homicidios son muy duros de aceptar, ya que la rabia aparece ante la injusticia. Y los suicidios conllevan culpabilidad a menudo para las personas que se quedan. Aceptar que un niño o niña o una persona joven ha muerto es mucho más difícil que aceptar que un/a anciano/a haya fallecido. Tampoco es lo mismo que la pareja que tú siempre has querido te deje por otra persona comunicándotelo el mismo día que se marcha de casa, que haya una separación amistosa por ambas partes, o dejar tú a tu pareja después de hacer un proceso de aceptación de que la relación está acabada. La muerte no tiene solución, así que normalmente acaba siendo aceptada. Pero hay pérdidas que se dan contrarias a nuestra voluntad, dónde la persona sigue con su vida y dificultan la aceptación. A la vez, las personas desaparecidas, de las que no se ha encontrado un cuerpo, no favorecen la aceptación de su desaparición por completo. Elaborar el duelo sin saber exactamente qué ha pasado, si la persona sigue con vida o no, es muy complicado. También debemos tener en cuenta que cada persona es única y le pueden afectar los acontecimientos de manera diferente.
El proceso de duelo se empieza a elaborar a partir del momento en el que la persona siente la pérdida. El proceso la ayudará a despedirse de lo perdido, a aceptar la pérdida. Sin embargo, las fases del proceso de duelo, pueden variar de intensidad y duración de una persona a otra, y como acabamos de explicar según el caso concreto que esté viviendo. A la vez, para cada persona la vivencia de lo que le pasa es diferente, es por eso que un duelo puede ser muy diferente de una persona a otra. No podemos generalizar, sólo plantear orientaciones acerca de lo que puede dificultar elaborar un duelo.
Existen diferentes clasificaciones según el/la autor/a, se citan 4 o 5 fases del duelo, a veces en diferente orden. No todos pasamos por todas las fases, o alguna puede pasarse muy rápidamente.
Una clasificación con la que estoy de acuerdo es la de Kübler-Ross :
1- Fase de negación. Dónde uno/a ni quiere ni puede aceptar lo que está pasando. “¿Cómo me puede estar pasando ésto a mí?”. No se quiere conectar con lo que se siente, y se intenta evitar por todos los medios. “No es verdad, no quiero escucharlo…” Intentamos amortiguar el dolor, que ha aparecido de golpe y nos parece demasiado intenso. En los casos en los que se ha empezado el proceso de duelo antes de la pérdida definitiva (por ejemplo, en un proceso de separación o ante la noticia de la enfermedad terminal de un pariente), esta etapa puede haberse pasado con anterioridad al hecho consumado.
2- Fase de la ira. Nos enfadamos con lo que ha pasado, por la injusticia, porque no era el trato, todo tenía que ir de otra forma y no acabar así. “¡No es justo!· “¿Por qué a mi, qué he hecho yo para merecer esto?” Es una fase en la que sacamos la ira por la boca, gritando e insultando. La ira es más intensa cuánto más injusta nos parezca la pérdida sufrida. Puede haberse pasado por esta fase antes de la pérdida definitiva si hemos podido empezar el proceso de duelo con anterioridad. Incluso puede aparecer de vez en cuando con posterioridad, la ira es una emoción habitual durante el proceso de duelo.
3- Fase de negociación con la realidad. Intentamos negociar con Dios, con el diablo, con la magia, con el universo, con quien sea que tenga poder y pueda cambiar las cosas. Seguimos sin poder quedarnos con lo que ha pasado y necesitamos cambios, los que sean. Esta fase puede ser muy breve o inexistente en el caso de personas muy racionales e incrédulas.
4- Fase de la depresión. Hemos agotado los recursos mágicos y ya estamos conectando con el dolor de manera más continuada. Sin embargo, aparecen pensamientos circulares y queremos evitar sentir. La tristeza es muy necesaria en el proceso de duelo. Esta es la fase en la que se estancan muchas personas. Se confunde el estar muy triste con una depresión. Esta fase puede alargarse, generalmente se habla de mínimo un año o año y medio, pudiéndose alargar un poco más. Puede ser más breve si se empezó antes de la pérdida completa. Sentir esta tristeza es la manera de salir de ella. Es necesario habituarse a ella, para superarla, volver a hacer vida normal lo antes posible puede ayudar a ello.
5- Fase de la aceptación. Hemos aceptado lo ocurrido y estamos dispuestos/as a seguir con nuestra vida, con lo aprendido y quedándonos con lo que esa persona o lo que se haya perdido nos aportó. Se acepta que la muerte o pérdida forma parte de la vida. Hemos aprendido y con ello nos quedamos. El dolor nos seguirá acompañando, pero ya no nos invaden los recuerdos de manera constante, sino de vez en cuando y cada vez menos. Quizá empezamos a querer recordar.
No debemos confundir la vivencia del proceso de duelo con una depresión. La depresión es el estancamiento en una tristeza intensa. En el fondo, lo que nos hace entrar en depresión es sentir angustia y miedo por estar tristes, el hecho de no aceptar la tristeza nos hace vivirla como algo negativo que puede con nosotros/as, el querer evitarla a toda costa no nos permite aceptarla y vivirla. El miedo a no conseguir dejar la tristeza atrás puede también intensificarla y hacer que la vivamos como insoportable. Aceptar las emociones es clave para avanzar y seguir adelante. Hay que sentir esa tristeza para poder superar el duelo. El dolor acaba desapareciendo cuando lo aceptamos y no al revés.